lunes, 10 de marzo de 2014

¡¡CELEBREMOS EL AÑO DE LA FAMILIA!!

Este año, además de sumarse a los festejos por la Santificación de Juan XXIII, el Colegio se suma a la propuesta de obispos nicaragüenses (ver) de celebrar el AÑO DE LA FAMILIA, bajo el lema "Familia: mira a Jesús que te mira".

Por este motivo es que nuestra institución propone a todas las personas que forman parte de la gran comunidad del Juan XXIII (alumnos, ex alumnos, docentes, preceptores, personal no docente, etc.) a enviarnos una fotografía original de su familia y comentarnos qué cosas les gusta hacer juntos, cuáles son los valores que más destacan, o bien alguna anécdota que les interese compartir.

La misma se podrá enviar a la dirección de correo electrónico institucionales@j23.edu.ar, o bien a través del Facebook del Colegio, Juan Parroquial.

Todo el material que el Colegio reciba será publicado en nuestros medios digitales, y será instrumento en favor de la gran institución que significa la FAMILIA.

¡¡Esperamos ansiosos conocer a todas sus familias!!

Colegio Parroquial Beato Juan XXIII




Compartimos con ustedes un artículo del Padre Pablo Zanor, Director General del Colegio, escrito para el Periódico La Barra en el mes de enero:

“La familia: la mejor inversión”, una perspectiva que podría sonar un poco materialista, pero lo entendemos como sólo una provocación a la lectura.
Es cierto que un análisis detallado de la familia muestra que es, desde todo punto de vista, la mejor inversión. Ya sea afectiva, emocional o económica, tanto para el propio núcleo familiar como para la sociedad, la familia es siempre la mejor opción.
Como la persona es un ser para la comunión, es decir, un ser que se realiza en la medida en que se siente querido y sabe amar, la familia se presenta como el ámbito primario del perfeccionamiento de la persona humana.
Es cierto que la construcción de la familia no es automática, se requieren las virtudes humanas y las virtudes sobrenaturales. Esto se traduce en un aprender a amar al otro con la asistencia de la gracia de Dios.
En este sentido, la familia se convierte en una escuela de humanización y evangelización. En efecto, en ella se aprende el respeto, la generosidad, la justicia, la sinceridad, la castidad, la lealtad y muchas otras virtudes, en orden a poder establecer relaciones interpersonales positivas. En ella también se tienen las primeras experiencias de Dios que actúan como el fundamento y la motivación más profunda del amor entre sus miembros.
Todo esto se traduce en personas que van creciendo de modo virtuoso, y que son capaces de aportar a la sociedad sus propios dones para la construcción del bien común. Por ello, la sociedad debe proteger a la familia.
Cuando, por el contrario, socialmente, la familia pasa a un segundo plano y el acento se pone sobre la producción y el consumo, las relaciones entre los esposos se debilitan. En un mundo donde varón y mujer trabajan intensamente y están más tiempo fuera de su casa, con colegas, que junto a sus propios seres queridos, indefectiblemente las relaciones familiares se debilitan. Por otra parte, los hijos pasan a ser un estorbo o una carga a la vida, ya bastante cargada de trabajo y, por lo tanto, se los espacia, no se los atiende como corresponde o, directamente, no se los tiene. De esto dan razón las estadísticas demográficas europeas con la inversión de la pirámide de población y el creciente envejecimiento poblacional.
Evidentemente, todo esto tiene un costo, tanto emocional como económico.
Las alteraciones en las relaciones matrimoniales y la desatención de los hijos es una gran fuente de angustias, conflictos y amarguras para todo el núcleo familiar. Muchas veces esta situación deriva en la formación de sujetos no ya virtuosos sino viciosos. Pensemos sino en el consumo de alcohol entre los jóvenes de hoy en día, por sólo poner un ejemplo. Socialmente, estos sujetos no sólo no están en condiciones de aportar al bien común, sino que la sociedad debe hacerse cargo de algún modo -llámese asistentes sociales, programas de recuperación, aumento de presupuesto en seguridad, etc.-. Ciertamente, todo esto tiene un costo económico-social y también familiar. Los padres deberán desviar fondos de sus ingresos a tratamientos psicológicos, clínicos y otros, haciendo que –paradójicamente- todo lo que ganaron con su trabajo deban ahora invertirlo para subsanar los resultados del descuido familiar. Por su lado, la sociedad deberá pagar con sus impuestos dichos programas de asistencia, a la vez que se verá privada del aporte al bien común de un sujeto deteriorado.
Por ello es que la Doctrina Social de la Iglesia habla de la importancia de la familia para la persona y para la sociedad y de la necesidad de políticas que verdaderamente la protejan y promuevan (Cfr. Compendio de la DSI, nros 209-214).